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Diario gestión, 14 de febrero de 2020

El futuro del gasto público

“Adoptemos con convicción los Objetivos del Desarrollo Sostenible. De esta manera, dejaremos de andar entre sombras en busca de una quimera”.

Publicado: 2020-02-14

Un presupuesto sin plan es una lista de gastos. Un plan sin presupuesto es una lista de buenos deseos”. No recuerdo bien dónde leí u oí esto, o si lo inventé, o si simplemente lo soñé. Lo concreto es que la dicotomía implícita en la frase entrecomillada describe a la perfección la pobreza de nuestro proceso presupuestal –planes sin presupuesto y presupuestos sin planes– en un proceso que ignora el carácter potencialmente estratégico del gasto público. 

En efecto, hasta ahora, la discusión en torno al Presupuesto General de la República se ha centrado en la incapacidad del Estado –en sus tres niveles, local municipal, regional y nacional– de ejecutar el “plan de gastos” con algún nivel de eficiencia, tema en el que “la Reconstrucción con Cambios” se ha convertido en símbolo de tan debilitante incapacidad.

Una segunda dimensión de la atención está en el carácter inercial del presupuesto: creciente cada año en función de lo

“presupuestado” el año inmediatamente anterior y no, como debiera ser, a lo “efectivamente ejecutado” en el contexto de un presupuesto multianual que acompañe y refleje el Marco Macroeconómico Multianual del MEF.

Pero la gran dimensión desconocida permanece sin ser descubierta: el enorme potencial del gasto público para “orientar”, “empujar”, “guiar” la economía con el fin de impulsar el crecimiento económico sostenible, el cuidado del medio ambiente y el cierre de las brechas que nos separan del bienestar, tan bien resumidas en los 17 Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS) elaborados por Naciones Unidas. Es decir, el potencial del gasto público para actuar como instrumento clave del desarrollo.

La clave está en vincular inteligente y creativamente el gasto público con los ODS, velando por la “calidad” del gasto. Y es que, a falta de un Plan de Desarrollo Económico, consensuado, y conocido por todos, los peruanos podemos –debemos– adoptar los ODS con los brazos abiertos, convirtiéndolos en el norte hacia el cual dirigir nuestros esfuerzos.

Para entendernos mejor, tomemos como ejemplo los ODS 5 y 8: igualdad de género y trabajo decente y crecimiento económico. Conscientes de que en materia de igualdad de género la brecha continúa siendo enorme, el Gobierno podría –a través de sus programas de compras públicas– estimular, alentar, privilegiar, en una especie de discriminación positiva, las compras estatales a pequeñas y medianas empresas (pymes) de propiedad y dirigidas por mujeres. De esta manera, las compras estatales estarían ayudando a cerrar la brecha de género, impulsando el trabajo decente en busca del crecimiento económico.

Otro ejemplo podría ser orientar de manera innovadora el cuantioso gasto anual en infraestructura (ODS9) hacia obras públicas que promuevan la creación de nuevas ciudades, pero bajo los parámetros del planeamiento urbano moderno, y con gran énfasis en la sostenibilidad (ODS11).

Precisamente, una de las rarezas del fenómeno económico peruano de relativamente alto y sostenido crecimiento de las últimas tres décadas es la ausencia de una sola ciudad que haya nacido o se haya desarrollado sin repetir el caos del transporte y la falta de belleza y armonía arquitectónica que caracterizan a nuestra ciudad capital y a la inmensa mayoría de ciudades en el interior del país.

Ciertamente, lograr esta asociación clara, directa y pasible de monitoreo social entre el Presupuesto Nacional y los ODS requiere un cambio amplio y profundo en el chip mental del Estado peruano. Pero requiere además continuar con la lucha frontal al demonio de la corrupción y continuar los tímidos esfuerzos por construir instituciones sólidas, confiables y transparentes (ODS16).

Adoptemos con convicción los Objetivos del Desarrollo Sostenible. De esta manera, dejaremos de andar entre sombras en busca de una quimera.


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Economía Imperfecta

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