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Diario GESTIÓN, 3 de enero de 2020

Economía 2020

Publicado: 2020-01-03

En la cultura anglosajona, el 2020 tiene connotación oftalmológica: indica visión perfecta. Pues, con perfecta ironía, el MEF y el BCR nos regalan para este 2020 proyecciones casi iguales a las que nos ofrecieran en diciembre del 2018 para el ya fenecido 2019: una tasa de crecimiento del PBI de 4%. Tasa de crecimiento proyectada que se ha estrellado con una tasa efectiva más cercana al 2.3% que al 4% originalmente ofrecido. Es decir, una “desviación”, o porcentaje de error —¡qué horror!—, de casi el 50%, casi como echar una moneda al azar. 

Así, en lugar de gozar de “visión perfecta”, el 2019 se vio afectado —en materia de proyecciones económicas— por la hipermetropía, la miopía, el astigmatismo, y el estrabismo. Todo junto. Y no por primera vez. En realidad, para decirlo con todas sus letras, hace rato que las proyecciones de crecimiento económico son letra muerta. ¿Y por qué? 

Por tres razones. Primero,  por la tendencia que tenemos los economistas a plantear los pronósticos con un cierto sesgo optimista. Dices que la economía crecerá 4%, pero te cubres las espaldas señalando que es “posible” que crezca menos (“downside risk”). Segundo, el sesgo tantas veces puesto en evidencia del “group think”, el agrupamiento de los pronósticos en torno a una determinada expectativa (usualmente “indicada” por las autoridades económicas) de manera que si uno se equivoca, todos se equivocan dentro de la “visión de consenso”. Y tercero, el sesgo optimista tiene un claro tinte político: se ha vuelto “políticamente incorrecto” proyectar una tasa de crecimiento económico menor al 4%, por “temor a espantar a los agentes económicos”. 

En esta primera columna del 2020, nosotros vamos a plantear el pronóstico de manera inversa, alejada del consenso, sorda, ciega y muda frente a las proyecciones oficiales y desde una perspectiva de “upside risk” o “riesgo al alza”. Tres factores económicos y dos factores políticos son centrales para el pronóstico: por un lado, el frente externo, la inversión pública, y la producción y exportación del sector minero, y por otro lado, el factor confianza y el efecto contagio de la volatilidad política, en un año de Congreso complementario y preparación de las elecciones generales del 2021. 

La guerra comercial entre  China y Estados Unidos —a pesar de la firma de la Fase Uno— seguirá sin mucho alivio, si no en la práctica, ciertamente sí en la retórica. El presidente Trump lo considera la piedra angular de su esfuerzo por la reelección. La víctima principal será la tasa de crecimiento tanto de Estados Unidos como de China y la víctima colateral el precio de los commodities, comenzando con el cobre. La ausencia de presiones inflacionarias en el ámbito internacional le quitará brillo a la cotización internacional del oro. Así, la prueba para el Perú estará en nuestra capacidad o no de aumentar los volúmenes de producción y exportación minera. 

Pero la inversión pública, paralizada en la práctica desde hace cuatro años, difícilmente tendrá un impulso lo suficientemente potente como para arrastrar al alza a la inversión privada, a menos que los gobiernos locales, regionales y el propio Ejecutivo del Gobierno del presidente Vizcarra sean capaces de gestionar sus abultados presupuestos con un mínimo de eficiencia y transparencia. 

La piedra fundamental,  el elemento capaz de lograr que la economía se eleve por encima de una tasa mínima de crecimiento del 2% —nuestro pronóstico central— será que como sociedad logremos poner fin a los “tiempos rudos” en el campo de la política. Solo así retornará la confianza de empresarios y consumidores y, con ella, tasas de crecimiento superiores al 4%, el mínimo necesario para generar bienestar.


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Economía Imperfecta

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