Las opciones del Presidente
“Nunca intentes ganar por la fuerza lo que puede ser ganado por la mentira”. Esta cita -original de “El Príncipe”, obra del genial Nicolás Maquiavelo- resume la actitud ambivalente primero, y cínica después, con relación a Tía María, de nuestro príncipe local, el Sr. Martín Vizcarra.
Desafortunadamente para el presidente, cortesía de los “funcionarios públicos” arequipeños a quienes trató como pares, esta estratagema -de detener la puesta en marcha del proyecto minero Tía María mediante la mentira, evitando el uso legal y legítimo de la fuerza del Estado ha sido puesta al descubierto en una serie de confusos audios.
Audios donde queda en evidencia que el Sr. Vizcarra es un fiel seguidor de Maquiavelo. Convencido que “la mejor fortaleza que un príncipe puede poseer es el afecto de la gente”, alineó su discurso en privado con el rechazo al proyecto minero expresado entre gritos por el gobernador y alcaldes arequipeños. Pero olvidó una recomendación aún más importante del florentino: que el príncipe debe ser sobre todo temido y respetado. Me temo que el Sr. Vizcarra no está leyendo bien a Maquiavelo. De lo contrario, no actuaría como actúa, ignorando que “la política no tiene relación con la moral”, reclamando para sí y para su gobierno una supuesta superioridad moral que no se condice ni con sus antecedentes ni con los hechos, y que en la práctica le ha impedido siquiera intentar buscar un consenso, prefiriendo el harakiri del “nos vamos todos”.
Ciertamente, el presidente había hecho bien, muy bien en ponerse al frente de la lucha anticorrupción. Incluso, llegaría a decir que hizo bien en ayudar a desarmar -azuzando sus propias contradicciones- a la mayoría aprofujimorista, que a pesar del creciente rechazo de la población a su uso caprichoso y hasta infantil del poder, ha persistido en el fatídico error de querer gobernar desde el Congreso.
Pero alcanzado este objetivo, en su calidad de presidente constitucional de la República, debió hacer algún gran gesto en aras de la gobernabilidad y del bienestar del país, reconociendo que “nada grandioso fue jamás conseguido sin peligro” y que “es mejor actuar y arrepentirse que no actuar y arrepentirse”.
No ha sido así. Y hoy nos encontramos nuevamente entrampados en una situación por demás odiosa, con un presidente cada día más obsesionado con “su lugar en la historia”, abandonado por quienes trataron en algún momento de hacerle ver sus errores y limitaciones, y embarcado en un proyecto de adelanto de elecciones que no tiene mayores posibilidades de materializarse a pesar del ruido cada vez más estridente de quienes -cansados de tanta realidad exigen utopías.
Al presidente no le quedan ya muchas opciones. O persiste en el error de querer impulsar un cambio constitucional en condiciones de guerra dura y con un notable desbalance en la correlación de fuerzas en el Congreso. O cambia de parecer y repite con Maquiavelo que “la promesa dada fue una necesidad del pasado y la palabra rota una necesidad del presente”, deshaciendo lo andado, declarando su voluntad de llevar puesta la banda presidencial hasta el 28 de julio del 2021 y nombrando de inmediato un nuevo gabinete de unidad nacional. O puede simplemente dar un paso al costado reconociendo que “no son los títulos los que honran a los hombres, sino los hombres que honran sus títulos