Minería y pobreza en Cajamarca: Los puntos sobre las íes
"Pobreza y minería constituyen una combinación letal"
Se dice y se repite que la gran paradoja cajamarquina es la coexistencia de un altísimo nivel de pobreza monetaria (47.5%, más del doble del promedio nacional de 21.7%) y una cartera de inversiones mineras por US$ 16,000 millones, un 27% del total nacional. Yo creo que la verdadera paradoja es la existencia de semejante stock de pobreza a pesar de décadas de explotación minera moderna.
Las cifras de la pobreza cajamarquina son muy elocuentes. En efecto, la región concentra hoy a 4 de los 10 distritos más pobres del país. Entre 13% y 20% de la población son pobres extremos. Y por si faltara un dato para dimensionar la extensión y profundidad de la mencionada pobreza, aquí tienen uno más: el 26% de los niños menores de 5 años padece de desnutrición crónica, condenados a una vida en desventaja.
Ciertamente, la puesta en marcha de los grandes proyectos mineros de oro y cobre actualmente en cartera –La Granja (US$ 5,000 millones), Conga (US$ 4,800 millones), El Galeno (US$ 3,500 millones) y Michiquillay (US$ 2,500 millones)–tiene el potencial de cambiar el “estado de cosas” a través del circuito “aumento de la producción minera, aumento del PBI regional total, aumento del PBI cajamarquino per cápita, disminución de los niveles de pobreza”. Sin embargo, la experiencia de los últimos 13 años no parece darnos evidencias concretas en este sentido: en el periodo 2004-2017, la pobreza monetaria en Cajamarca pasó del 77.7% al 47.5%. Esto es una impresionante caída acumulada del 61%, pero no muy diferente de la todavía más impresionante caída en los niveles de pobreza monetaria a nivel nacional en el mismo periodo (63%). En vista del “superciclo” de los metales, del 2002 al 2014, uno hubiera esperado que la caída de la pobreza en una región predominantemente “minera” (28% del PBI regional) fuera mucho mayor.
Desafortunadamente, no ha sido así. En parte, la explicación viene dada por el pobre desempeño de la economía cajamarquina en su conjunto: según el IPE, durante la última década el crecimiento económico acumulado fue de apenas 31%, prácticamente la mitad del crecimiento económico acumulado del país (60.8%). Y, en parte, la persistencia de la pobreza se debe a la situación tan precaria del empleo estructural. Con excepción de la minería –que directamente ocupa apenas al 1% de la población económicamente activa (PEA)– el empleo en el resto de sectores es mayoritariamente informal, de bajísima o negativa productividad y de salarios por debajo del nivel de subsistencia.
El cambio estructural experimentado por la economía cajamarquina durante las últimas dos décadas no ha hecho sino agravar la situación del empleo en la región, al haber ganado participación en la generación del PBI regional la minería –tan intensa en el uso de maquinarias y equipos–, que pasó de una contribución del 4% en 1995 al 28% en 2015–, mientras que sectores usualmente grandes generadores de empleos, como la agricultura, la manufactura, la construcción y el sector de “comercio, restaurantes y hoteles” han visto disminuir sensiblemente su contribución al PBI de la región cajamarquina.
Desde un punto de vista social y político, el stock de pobreza en Cajamarca es particularmente ofensivo. Y desde un punto de vista del futuro de la región, resulta fatal. El destino inmediato y mediato de Cajamarca está ineluctablemente atado a la explotación de sus ingentes recursos mineros de cobre y oro. Pero dicha explotación debe ser hecha con un claro sentido de “valor compartido”. Las empresas mineras deben actuar inteligentemente y creativamente. Los cajamarquinos necesitan “ver” y “tocar” el progreso y desarrollo de su región. Los tiempos en los que solían ver pasar su riqueza, desde las minas a las hojas de balances de las empresas mineras han quedado atrás. Pobreza y minería constituyen una combinación letal.