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viernes 12 de enero del 2018

La presidencia recortada

Publicado: 2018-01-12

"Lame duck president” es una expresión muy particular de la política norteamericana que el presidente Pedro Pablo Kuczynski con seguridad entiende. La traducción literal es “presidente pato cojo”; pero, ya sabemos, “traduttore traditori“.

En realidad se trata de  una forma figurada de describir la situación de indigencia política en la que usualmente quedan los presidentes norteamericanos durante los últimos meses del final de su segundo periodo de cuatro años, cuando las miradas se dirigen inevitablemente a quien será el nuevo mandatario.

Y aunque las dimensiones  temporales no coincidan, estando a tres años y medio del final de su mandato, “lame duck president” es quizá la mejor manera de describir al presidente Kuczynski luego de la tragicomedia del intento de vacancia y el drama con sabor a traición que aún rodea al “indulto humanitario” concedido graciosamente al exdictador Alberto Fujimori.

Carente de capital político,  el presidente Kuczynski pretende ahora navegar las aguas en una nave por demás frágil: un acuerdo de gobernabilidad con la facción de Fuerza Popular dirigida por el dúo dinámico del “fujimorismo histórico”: el congresista Kenji y su padre Alberto.

En lo que parece haber sido  un mal cálculo, el presidente decidió abdicar de su ocasional liderazgo de las fuerzas vivas del antifujimorismo — el mismo que le sirvió para ganar las elecciones y evitar la vacancia presidencial— en la creencia de que dicho sacrificio sería compensado por un ejército de congresistas “Kenji-Albertistas”. No imaginó el presidente Kuczynski que el fujimorismo “a lo Keiko” —aferrado a la institucionalidad del partido Fuerza Popular— habría de arrinconar y minimizar a los “Avengers”, autoproclamados “héroes de la democracia”, de la forma como lo viene haciendo.

Tampoco imaginó que su  “sorpresiva” decisión “humanitaria” habría de causar la partida de leales congresistas pepekausas y obligarlo a recomponer su gabinete en aras de lograr en el más corto tiempo posible una “reconciliación” que paradójicamente ha terminado en una exacerbación de las contradicciones al interior del fujimorismo, del aprismo y de la izquierda siempre desunida.

Así, en una nueva muestra  de impericia política al más alto nivel, al presidente Kuczynski le salió el tiro por la culata. Hoy navega en absoluta soledad, confiando en la divina providencia. No tiene el apoyo incondicional de su —es un decir— “partido”, ni del empresariado, por demás desconcertado por el fracaso estrepitoso del “gabinete de lujo”, ni de la comunidad internacional que ahora lo ve casi como un paria. Y para colmo, además de la renovada y férrea oposición del Apra y de Fuerza Popular, tiene ante sí protestas callejeras que reclaman no solo por temas económicos puntuales, sino que traen consigo un claro objetivo político: impulsar su dimisión al cargo.

La renuncia eventual del  presidente Kuczynski ha dejado de ser un deseo fantasioso de sus más acérrimos enemigos para convertirse de a pocos en una eventual salida a la crisis política en aras de una verdadera “reconciliación nacional”. Solo un milagro lograría que el presidente recupere la confianza ciudadana.

Un milagro y una actitud  menos frívola, alejada de esa posición tan suya de “monarca constitucional” que reina pero no gobierna. Los meses que vienen serán especialmente difíciles. Las medias verdades del presidente en relación a Westfield, First Capital y Odebrecht se han de encontrar frente a frente con las declaraciones de Jorge Barata. La oposición política —tan graneada y tan de todos lados— difícilmente le dará tregua a él o a su parcialmente renovado gabinete, comandado por la Sra. Mercedes Aráoz, que de manera extraordinaria ha logrado la proeza de alienar políticamente a propios y extraños.

El periodo presidencial del  Sr. Kuczynski es de cinco años, y apenas lleva un año y medio en el cargo. El suyo es una “presidencia recortada”.


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Economía Imperfecta

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