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diario gestión, 15 de septiembre del 2017

La política rabiosa

"De llegar la sangre al río, los analistas no durarán un minuto en comenzar a ajustar a la baja sus pronósticos de crecimiento para este y el próximo año"

Carlos Anderson

Publicado: 2017-09-15

Finalmente, la rabia llegó a las más altas esferas del poder, tanto del Ejecutivo como del Congreso de la República, alentada desde la tribuna por una ciudadanía igualmente rabiosa.

La guerra de baja intensidad entre la bancada de oposición en el Congreso, mayoritariamente fujimorista, y el Gobierno del presidente Pedro Pablo Kuczynski llegó abruptamente a su fin con “el pedido de confianza” hecho de manera sorpresiva por el primer ministro y ministro de Economía, Fernando Zavala. De aquí en adelante no caben más sonrisas forzadas, ni apretones de manos para las cámaras, ni reuniones de fraternización entre el presidente Kuczynski y la señora Keiko Fujimori. La guerra está declarada.

¿Llegará la sangre al río? ¿O será esta una bravuconada al mejor estilo neoyorquino, donde las partes se miran con odio, se lanzan todo tipo de improperios, pero no se tocan, porque el que lo hace pierde? La respuesta queda en el aire y en el aire queda también un tufillo a incertidumbre que comienza a ahogar los tímidos pasos que se venían dando para reconstruir la confianza, sustento de la inversión productiva.

De persistir la incertidumbre, y de llegar la sangre al río, los analistas no durarán un minuto en comenzar a ajustar “a la baja” sus pronósticos de crecimiento para este y el próximo año.

¿Cómo hemos llegado a esta situación? ¿No era que ambas fuerzas políticas —el fujimorismo y los pepekausas— compartían la misma visión política (centro-derecha, derecha) y la misma filosofía económica? Imagino que los analistas, historiadores y científicos sociales en un futuro lejano podrán responder con suficiencia semejante acertijo. Pero hoy, el espectáculo de la guerra abierta, libre de ambages, nos lleva en línea directa a una crisis de la democracia y a la creencia de que los líderes políticos no solo son corruptos o estúpidos, sino que además son incapaces. Así, crece la rabia ciudadana, y se expande como una plaga que amenaza con sumir al país en el caos político y económico.

Lo más triste de todo es que todo esto era tan innecesario. Lamentablemente, ni la oposición fujimorista ni el oficialismo han estado a la altura de las circunstancias. El Gobierno del presidente Pedro Pablo Kuczynski ha fracasado clamorosamente en el juego de la política. Sus ministros han mal entendido su papel y han preferido quedarse —en su inmensa mayoría— en la zona de confort de la tecnocracia. El propio presidente —con sus impertinentes declaraciones— ha mostrado no solo carencias para el arte y la guerra de la política, sino que torpemente ha mostrado, “en vivo y en directo”, que cuando se trata de defender ciertos intereses económicos (caso Chinchero) no tiene mayor problema en actuar populistamente (poncho, chullo y pizarrita incluidos).

Además, torpemente, el presidente Kuczynski y su primer ministro han hecho gala una y otra vez de un cierto desdén por “los políticos” y sus prácticas, cuando la relación de fuerzas en el Parlamento exigían del presidente y de su primer ministro astucia, audacia y un alto nivel de inteligencia política. 

El fujimorismo, por su parte, ha exhibido a diario un comportamiento similar al del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Por un lado —y de manera absolutamente legítima— capacidad política para imponer una y otra vez su voluntad, haciendo uso del poder que tienen, y por otro, maña y mala leche para convertir los errores del Ejecutivo en una verdadera crisis política, con ministros interpelados, renuncias “voluntarias”, aprovechando toda oportunidad para humillar al presidente y a sus ministros. La política rabiosa es la más peligrosa manifestación de la rabia que ha infectado a la ciudadanía del Perú. Cuando ella predomina, la búsqueda de consensos es vista como debilidad y no como un esfuerzo por ejercer el poder con responsabilidad. Todo lo contrario de lo que la ciudadanía — desconsolada— exige.


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Economía Imperfecta

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